En el consultorio, en la calle, en reuniones con amigos, en almuerzos familiares, en donde lo social atraviesa, se escucha asiduamente: “Hay que estar para el otro, pase lo que pase”, “Lo que más me gusta de esta amistad es que es incondicional”, “Mis familiares están siempre para todo, son incondicionales.”, “Me acepta tal cual soy y yo a esa persona también.” Hagamos la prueba y preguntemos entre nuestros más cercanos cuál es una de las claves para que un vínculo sea lindo y/o sano. No hay dudas de que entre sus respuestas vamos a encontrar “Que sea incondicional”. Pero… ¿A qué viene todo esto? ¿Qué hay de cuestionable en la incondicionalidad? Lo que sucede es que bajo este lema seguimos estándares que parecen salidos de un cuento de hadas pero se terminan transformando en películas de terror.
Crecimos escuchando que somos egoístas si no estamos para el otro de manera constante. ¿Cómo no vas a salir corriendo a las 3AM si tu amigo está mal? ¿No vas a ir a la cena de todos los miércoles con tus amigos? ¿Cómo puede ser que priorices de vez en cuando dormir una cierta cantidad de horas porque estás cansada a juntarte con ellos porque es así como se es una buena amiga? ¿Cómo es eso que no dejas todo de lado, parando tu vida, si tu pareja te necesita para hacer tal o cual cosa? ¿Medidos con qué vara esto es lo correcto? ¿A qué costo uno debe acompañar a otra persona?
Estamos empapados de discursos casi perversos sobre la incondicionalidad que deberíamos tener en los vínculos. Sea cual sea la naturaleza del lazo (familiar, de amistad, de pareja, laboral) llevamos la idea de que tenemos que estar para el otro en todo momento y así empezamos a soportar infinidad de cosas que, cuando nos damos cuenta, nos preguntamos ¿Cómo llegamos hasta acá? Claro, bajo el discurso de la incondicionalidad. Y de repente nos vemos haciendo muchísimas horas extras no pagas, asistiendo a asados familiares a los que no queríamos ir, consolando a amigos a altas horas de la madrugada y la lista podría seguir interminablemente.
La RAE define a la incondicionalidad como “sin restricción”. Entonces, estar incondicionalmente significa estar sin condiciones. Atravesados por la concepción de amor romántico esa frase queda muy linda, pero… ¿Qué esconde detrás? Que sea como sea, en las condiciones que se esté, uno debe disponerse a las necesidades de la otra persona, sin importar si puede, si quiere, si así lo desea.
Pensemos, sobre todo, en las situaciones en que la persona que tenemos en frente es alguien que está sufriendo o pasando un mal momento. Se cree, erróneamente, que acompañar implica que ese estar sea en todo momento, sino no me quiere, sino es egoísta, sino no me entiende. Es necesario poner límites también a quienes están mal. Estar a merced del malestar de quien tenemos al lado es retroalimentar y perpetuar una situación de la que solamente saca provecho quien se encuentra en posición de víctima. Y si, es que va a sonar antipático, justamente por las creencias que tanto tiempo hemos alojado, casi sin cuestionamiento alguno. Pero es que uno también tiene el derecho a querer disfrutar de su bienestar, a sentir placer en ciertos momentos sin tener que estar escuchando constantemente quejas y lamentos. Así como cuando alguien que está mal, quiere del acompañamiento del otro, también ese otro tiene derecho a querer tener espacios para mirar para otro lado y otros en los que está dispuesto acompañar y escuchar.
Los vínculos para que sean sanos deben ser equilibrados. Equilibrados en tanto así como escuchamos la demanda y el deseo del otro, oímos también los propios. Ponemos en la balanza y decidimos. Construir espacios de bienestar y sostenerlos no es soplar y hacer botella. Implica muchas veces un gran esfuerzo porque se basa en reconstruir nuestras creencias, cimientos de nuestro actuar. Y con el cuestionamiento comenzar a decidir cómo, cuándo y de qué manera acompañar o estar con y para otros.
Claro que tener propios estándares a la hora de aceptar una relación de amistad, de pareja, laboral o de familia es algo sano. Claro que saber cuáles son las condiciones, en tanto estas se basen en no pasar nuestros límites innegociables, es hablar de amores o relaciones positivas. Si vamos a tomar a la incondicionalidad como estandarte de nuestras relaciones humanas, vamos a terminar diluyéndonos siempre en los otros: en sus necesidades, en sus deseos, en sus expectativas. ¿Y la construcción de la propia vara?
Si amamos a cualquier precio probablemente terminaremos tolerando cosas que traspasen nuestros límites no negociables. Indefectiblemente, en la gran mayoría de las relaciones que tengamos, vamos a enfrentarnos a desilusiones. De eso se trata el amor, de eso se tratan los vínculos pero no a cualquier costo. La condición para aceptar que el otro tiene cosas que a nosotros no nos gustan debería ser que, al menos, no nos lastimen.
Será clave poner las expectativas que se tienen de ambas o de todos los integrantes del vínculo para poder generar acuerdos al respecto. Para ello, tenemos que tener claro cuáles aquellos límites propios que estamos dispuestos a flexibilizar y cuáles no.
“Esto conmigo no se puede, hasta acá si y pasando esto ya no.” No es egoísmo. Es amor propio y el amor propio pone condiciones.
AUTORA: MARIANA ROMERO