Muchas veces los psicólogos deberíamos pagarles a nuestros consultantes porque nos dan clases magistrales sobre cómo enfrentar adversidades.

¿Qué es la sesión de terapia sino la construcción de un camino, cuyos pasos se construyen encuentro a encuentro?

No hay jerarquía en esa caminata, los caminantes caminan a la par. A un costado el que tiene el saber de la ciencia, del otro el que tiene el saber de su vida. Si no son pares, los pasos en el camino se transformarían en torpes pisotones. Es tentador estar del lado “psi” y querer subirse al pedestal de la sabiduría, con manos que digiten y palabras que den indicaciones.

Lo que sucede es que, si el consultante no abre sus puertas a sus anchas a quien consulta, no lo deja accionar. Y si, quien esta del lado psi, al pasar se sube a un escalón mas arriba, estaría ubicándose en un lugar que no le corresponde.

El psicólogo, le pese a quien le pese, es uno más de de la red de contención que forma el grupo de personas que está al rededor del dueño de casa: el consultante.

Persiste la idea ilusoria de que solo quienes piden ayuda son los que salen transformados del proceso.

¿Cuántas veces los que estamos del otro lado nos hemos visto usando estrategias que nos enseñaron nuestros consultantes en la resolución de problemas o de situaciones difíciles?

¿De qué material creen que estamos hechos los psicólogos? Del mismo que sus consultantes.

Suelo pensar que el psicólogo es como una linterna cuya función es alumbrar la vida de los consultantes, allí donde se pone oscuro por estar tan pegados a sus propias vivencias. Al final del día son ellos los que nos iluminan enseñándonos a construirnos distintos.

Acompañar es dar la mano.

Uno no puede darse la mano solo, allí indefectiblemente son dos (o más) quienes se comprometen. Una persona abre las puertas de su consultorio, la otra la de su vida. ¿Cómo, entonces, se puede concebir la idea de que hay superioridad de alguno?

 

Autora: Mariana Romero

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