Que tire la primera piedra quien nunca haya sentido dolor.

Escribo desde una sala de espera, donde el agudo dolor de la cistitis me obligó a levantarme en plena madrugada para conseguir un antibiótico. Mientras espero, observo a mi alrededor al club de las  4 AM, veo una madre con su hija, un niño que llora por un chichón en la frente. Ah, sí, me mandaron a la guardia pediátrica… quién sabe por qué.

Podemos coincidir en que el sufrimiento es inherente al ser humano.

Si sos persona, has experimentado dolor en algún momento de tu vida. Aunque solemos asociar el dolor a enfermedades, pérdidas o separaciones, la realidad es que cualquier vida que valga la pena vivir traerá consigo cierto grado de sufrimiento.

Pongamos algunos ejemplos.

Recuerdo mi último año en la universidad, cuando trabajaba todo el día para pagar las últimas cuotas y cursaba en el turno noche. Fueron meses en los que me sentía más como un zombie que como una persona. Si no hubiera pasado por esa odisea, probablemente no me hubiera recibido.

Otro ejemplo es querer ser una madre o padre amoroso…  El amor conlleva cierta preocupación. Habrá dolor cuando se caigan de la bicicleta, cuando tengan su primer día de jardín, cuando se enfermen…

Lo que quiero destacar es que la mayoría de los dolores son internos. Aunque sufrimos por causas externas, también lo hacemos por ideas y emociones propias. Los celos de una persona que ve a su pareja hablando con otra, pueden tener la misma intensidad que solo imaginar a su pareja con otra persona. Hechos y pensamientos pueden provocar igual intensidad de emoción.

Ser conscientes de que sufrimos por lo real y por lo imaginario es un primer paso crucial.

El segundo paso es preguntarnos cuánto limitamos nuestra vida al aferrarnos a ese dolor por situaciones imaginarias. Es cierto que las emociones tienen su función y son importantes. Un grado de ansiedad es necesario para motivarnos a estudiar, incluso si eso implica perdeme un partido de fútbol y tener que rendir un examen el lunes. Pero, es diferente cuando la ansiedad alcanza un nivel tal que nos lleva a posponer el examen por miedo a no estar preparados.

Muchas veces, intentamos evitar sentir estas experiencias internas de dolor. Evitamos hablar en público para no sentir vergüenza, no nos ponemos ciertas prendas para no sentir inseguridad, nos alejamos de personas y lugares, e incluso posponemos nuestros sueños, todo para no enfrentar el dolor.

Spoiler: en ese intento de evitar el sufrimiento, probablemente sufriremos aún más.

El sufrimiento es una parte inevitable de la vida, y aunque puede surgir tanto de situaciones externas como internas.

Evitar el dolor puede llevarnos a perder experiencias valiosas y limitar nuestro potencial. La clave está en reconocer y aceptar el sufrimiento, aprender a gestionarlo y permitirnos vivir una vida más completa. Enfrentar el dolor con una mentalidad resiliente y abierta puede, irónicamente, reducir nuestro sufrimiento.

Autora: Belén Carriquiri

Foto de Alex Green