Tal vez sea redundante, pero si: los duelos duelen.
Y aquí va una mala noticia para los negadores, no hay duelo que quede sin duelar.
Los que no se duelan a tiempo se duelan después, con la diferencia de que, en el tiempo que se negó, el duelo se hizo carne. Pasó al acto. Aparece entonces en forma de caparazón, de obsesión, de evitación o de daño a las personas con las que nos vinculamos.
“Deja de hacer marcha atrás y metete en el barro.” Me dijo alguna vez una terapeuta. Por desgracia no le hice caso, me metí en el barro mucho después, sopando dos duelos, porque el actual (indefectiblemente) me llevaba al pasado, al negado.
Entonces así quedé, hecha un ovillo en la silla de mi balcón. De allí salí renacida, transformando el dolor, pero mierda que costó.
El dolor toca la puerta y uno quiere estar en cualquier lugar del mapa, menos en casa para dejarlo pasar.
Es ese invitado que llega sin invitación y, como somos negadores, muchas veces su presencia nos toma por sorpresa. Mas que un invitado se parece a un enemigo. Su forma y su color, en un principio, resultan muy poco atractivos. Pero si te dejas inundar por ese mar color gris oscuro, si buceas en las profundidades, lo vas a hacer solo un rato porque después en medio del buceo vas a empezar a ver otros colores, formas, peces y corales.
Si lo dejas para después, sin darte cuenta, dependiendo de lo que dueles vas a quedarte quieta en ese aspecto, con la falsa ilusión de que te estas moviendo. Vas a cambiar de trabajo pero vas a volver a tener una relación horrorosa con alguno de tus jefes, vas a encontrar otro amor pero con lo mismo que no te gustaba del anterior, tu nueva amiga va a volver a arrasar tus límites.
No dejes el dolor para otro momento porque a la que estas dejando para después es a vos.
Autora: Mariana Romero