Pienso, pienso, pienso y pienso.
Mi neurosis se alimenta de cada pensamiento fugaz que pasa por mi cabeza… Mientras tanto, una especie de desfile de décadas musicales suena en mis oídos y me da entre pena y risa traviesa mi vecina de viaje, porque el volumen de la guitarra de este tema de Creedence tiene que estar atravesando mis auriculares. Podría escribirte del paisaje de la hostia de la ruta norteña, pero si ya viajaste, ya sabrás de qué se trata y que, aunque lo intente, mis palabras no le harían honor. Así que te cuento un poco el sinfín de emociones que me despertó…
Bueno, parece que a los 20 y tantos, llegando a los 30, sufrís una crisis. Al menos, las personas que sentimos más de lo que quisiéramos. Esas que necesitamos un estímulo constante, algo o alguien que nos provoque un movimiento interno. Que nos emocionamos por una melodía de una canción, o por una panera calentita antes de que llegue la comida. Que nos gusta ir a entrenar y que nos duela el cuerpo.
Que queremos todo, queremos amor, queremos la casa, queremos el éxito. Queremos estabilidad pero tampoco queremos pensar que nos estamos perdiendo experiencias. Queremos salir, queremos divertirnos, queremos ganar dinero. Pero, también sabemos que en realidad nada nos asegura nada y que lo más importante es intentar con toda nuestra fuerza que el momento presente no se nos escape como el agua de canilla mal cerrada. Curiosamente, esto último puede llegar a generar más presión. Sabemos que hay mucha información interesante en libros de autoayuda y un bombardeo en redes sociales de cómo meditar y vivir el hoy, pero paradójicamente eso te podría generar más ansiedad.
Cuestión que la crisis te revuelve todo.
La crisis es real y más real que muchas otras cosas. Como la vez que te caíste de la bicicleta y tus rodillas se llenaron de frutillas. Y dura… A veces mucho tiempo. Porque rompe, te rompe a vos y rompe lo que venía funcionando. Porque toca poner límites a los demás y sobre todo, límites a vos misma.
Es bueno y aconsejable leer cualquier texto que te resulte medianamente de fácil lectura de filosofía. Ahí entendés que el tema de la soledad es una cuestión milenaria y que desde que el ser humano es ser humano está intentando inventar qué hacer con su tiempo y cómo darle sentido a sus días. No solucionás ni encontrás la respuesta, pero te aseguro que te sentís más acompañada. Es como si tu propia búsqueda de identidad cobrara más sentido sabiendo que se trata de una cuestión ancestral.
Yo creo que después de la crisis parece que viene algo parecido a lo que Freud nombró como “amnesia infantil”. Porque cuando quiero conversar con personas de una generación mayor que la mía me miran con ojos desorbitados.
Me resulta útil clarificar algunas cuestiones.
Derribemos el siguiente mito: no la vas a “estar rompiendo” a los 20 y pico, casi 30. Al menos no de la manera que pensabas a los 20. No sos famosa, no tenés un imperio, no te compraste una casa, tampoco tenés el perro, no tenés ningún puesto jerárquico en ninguna empresa. Te cuento más: ESTÁ BIEN.
La cuestión es que el vacío de la crisis no se llena con ese palabrerío. “Me ascendieron en el laburo”, “terminé el posgrado”. Ojo, no quiero de ninguna manera quitarle valor a estas cuestiones. Y sí, quizás sentís cierto orgullo compartiéndolas con tus allegados. Pero, esto dura un ratito y después te vas a dormir con la crisis del otro lado de la cama igual. Porque es imposible estar haciendo todo lo que pensabas que ibas a hacer a los 20 pocos. Y lo más importante de todo: ¿esos sueños, eran tuyos? ¿O eran mandatos impuestos por la sociedad?
La crisis viene a que rompas con eso que tenías establecido como “claves para romperla a los 30” y busques en tu interior qué te genera bienestar a vos. Romperla es empezar a darte cuenta de que no podés vivir de ilusiones y fantasías impuestas por el mundo. Porque no es una meta a la que hay que llegar en donde te están esperando con serpentinas y la mar en coche.
Si estás atravesando esta crisis, la estás rompiendo.
“Dale, vení, subite”, dice algún bus como el que me está haciendo recorrer el norte. Si estás contaminada con todo lo que podrías estar haciendo o no hiciste, te lo vas a perder. Y te cuento más, ese bus es la vida misma.
Autora: Belén Carriquiri
Imagen: Mariia Ivanova