¿Qué significan las fiestas para mí?
Debo confesar, querida lectora, que siempre han despertado cierta nostalgia.
Desde pequeña viví las “navidades repartidas”: un día con mi madre, otro con mi padre. Luego venía Año Nuevo, y generalmente todas las personas cercanas a mí viajaban mientras yo me quedaba en casa.
Recuerdo años en los que la mesa familiar estaba cargada de tensiones. Cuando todos se iban, me refugiaba con una porción de pan dulce y una película navideña.
Cuando pienso en estas fechas, me vienen a la mente regalos, familia, mucha comida… hogar. Pero también sé que, para muchas personas, estas celebraciones remueven emociones agridulces.
En esta época, es común escuchar en sesiones de terapia sentimientos de angustia por quienes ya no están, duelos por separaciones, ansiedad por reunir a la familia o incluso rechazo ante la idea de cruzarse con ciertos parientes incómodos.
¿Por qué una celebración que simboliza abundancia puede generar emociones negativas?
Quizás porque, paradójicamente, toda esa abundancia —decoraciones, comida, festividad— hace más evidente lo que falta.
La ausencia de los que ya no están.
La ausencia de lazos afectivos sanos.
La ausencia de lo que fue y ya no es…
Hoy, las redes sociales han tomado el lugar que antes tenían las películas o las publicidades.
Todo ese mundo “perfecto” que antes solo veíamos en la pantalla grande ahora se filtra en nuestros teléfonos, haciéndonos creer que debería ser más alcanzable… más real. Y a veces, el impacto del contraste duele.
Aceptar y agradecer. Dos palabras poderosas que pueden aliviar el peso de estas fechas.
Otro tema recurrente (y aquí mis lectoras más autoexigentes se sentirán identificadas) es la presión: la necesidad de cumplir con las expectativas de los demás.
Recuerdo a María, una paciente, contándome hace algunos años:
“Invité a toda mi familia y a toda la familia de mi marido a pasar las fiestas en casa. Les pedí que solo trajeran bebidas, que yo me ocupaba de la comida. Tenía el horno prendido con 40 grados de sensación térmica afuera, el vitel toné a medio hacer, y Jacinta llorando porque Francisco le sacó las golosinas (sus hijos). Sentía que iba a colapsar”.
Con lágrimas en los ojos, continuó:
“El tema es que es el momento del año para juntar a todos. Sabes cómo es la familia de Fede (su marido). Sé que no es fácil para él…”
Pedir ayuda, bajar las expectativas y priorizar el autocuidado son claves para disfrutar las fiestas desde un lugar más sano y realista.
Te invito a preguntarte: ¿qué me quiero regalar este año? ¿Descanso? ¿Poner límites? ¿Esa cartera que quisiste todo el año? ¿Una cena tranquila solo con tu familia nuclear?
Sea cual sea tu elección, viene bien recordar que las fiestas no son una “prueba” en la que hay que sobrevivir, ni tampoco una publicidad de Coca Cola… Son un momento para frenar y preguntarte qué necesitas y como quieres honrar a tus seres queridos. Porque al final, más allá de todo, el mejor regalo que podes darte en estas fechas es paz.
Autora: Belén Carriquiri