Desde que somos niños hasta nuestra adolescencia, donde empezamos adquirir un pensamiento más crítico, somos adoctrinados (quiérase o no) por los conocidísmos mandatos sociales.
Aparecen entonces, los mandatos sociales, como contratos que hemos firmado casi que sin nuestro consentimiento. Porque cuando somos niños no tenemos las herramientas para dilucidar a consciencia si estamos de acuerdo con cada una de las cláusulas del contrato en cuestión.
“A tal edad tenes que casarte” porque si no vas a vestir santos como diría Shakira. A tal otra edad tenes que recibirte, a tal otra tener vivir solo, después tener una casa, si tu familia es de médicos estudiar medicina, y así….una lista inagotable. Ojo, porque si no cumplís con esos mandatos vas a tener a cuestas, cada domingo familiar, al que también asistís por mandato, a la tía abuela torturándote con preguntas de rutina.
Los mandatos están basados en construcciones sociales. Construcciones sociales que sirvieron para una época y lugar determinados pero que no suelen tener en cuenta los nuevos contextos ni los cambios culturales. Se terminan transformado en verdades absolutas que condicionan nuestro accionar, condicionamiento del que solo tomamos consciencia si es que los cuestionamos. Nos hacen formar parte de grupos sociales/familiares “Soy odontóloga como mi papá”, “Voy a tener muchos hijos como mi mamá” y así… Pero lo que no solemos pensar es que no por no demostrar una lealtad devota a ese grupo de personas dejamos de formar parte de él.
Al fin y al cabo, la única compañía segura que tenemos para el resto de nuestras vidas somos nosotros mismos. Somos entonces a los que nos debemos lealtad devota. Si por no ser leales cueste lo que cueste, nos van a sacar de grupos humanos, entonces ¡Bingo! nos están dando nuestro pase a la libertad dejándonos afuera.
Cuestionarnos es el derecho que tenemos para construir un camino más auténtico.
AUTORA: MARIANA ROMERO