Quizás el miedo al fracaso no sea más que una herencia de gestos, caras y palabras de quienes nos rodearon cuando no hacíamos las cosas “bien”.
Quizás tememos algo utópico, porque en realidad nunca hemos fracasado… o porque ni siquiera nos hemos dado la oportunidad de hacerlo.
Quizás el miedo al fracaso sea, simplemente, lo que nos frena a empezar.
Uno de los aprendizajes más valiosos de mi vida llegó cuando tenía unos 18 años, de la mano de una niña de 11. Recién había terminado el colegio y aún no me había anotado en la carrera de Psicología, así que para mantenerme ocupada y ganar algo de dinero, empecé a dar clases particulares.
Así conocí a Carmencita, quien terminó marcando mi vida más de lo que ella imagina.
Era inquieta, graciosa, ocurrente… y detestaba estudiar. En el colegio bilingüe al que asistía tenía casi todas las materias de inglés desaprobadas, y justamente esa materia iba a enseñarle.
Trabajamos muchísimo para los exámenes bimestrales, intentando levantar esas notas.
Cuando terminó la semana de pruebas, le escribí a través del móvil de su mamá para preguntarle cómo le había ido.
Carmencita respondió con el entusiasmo propio de una niña:
—¡Me fue bárbaro! En una me saqué un 7, en otra un 5.50 y en otra un 5.
(Sí, dos de esas notas seguían siendo insuficientes para aprobar).
Pero después agregó:
—Antes tenía dos 2 y un 1, ¡así que voy muy bien! Vamos bien, vamos por aprobar.
Esa frase se volvió célebre en mi familia. Cada vez que algo nos salía “más o menos bien”, citábamos a Carmencita para sacarnos una sonrisa y recordarnos que lo importante es seguir intentando.
Perder significa que puedes volver a jugar cuantas veces sea necesario para ganar.
Perder significa que lo intentaste, que trabajaste, que tuviste la ilusión de salir victoriosa, como Carmencita con sus exámenes. Y te aseguro que ese esfuerzo nunca es en vano, siempre se capitaliza.
Todo es aprendizaje para futuros intentos.
Darte una palmadita en la espalda, aun cuando las cosas no salgan como esperabas y te digas a vos misma “no paro de fracasar” es un gran acto de amor.
Porque perder la ilusión es peor que fracasar. Cuando perdes la ilusión dejas de confiar en vos misma, dejas de intentar porque la posibilidad de ganancia en tu mente se volvió nula.
Me gustaría que puedas devolverte esa motivación, esas ganas, ese entusiasmo. Así te convertís en una ganadora, siempre, más allá del resultado.
Autora: Belén Carriquiri